La gerente del Centro Latinoamericano de Investigación Periodística (CLIP) nos comparte valiosas lecciones sobre modelos de negocio, gestión del talento humano y consejos para liderar el cambio
Cinthia Membreño
Emiliana García es el reflejo de la relación amor-odio que los periodistas a veces desarrollan con su profesión. Que no les malentiendan, el periodismo es su primer amor, pero algunos lo dejan ir para reencontrarse con él en un mejor contexto. Así le ocurrió a ella con la crisis económica de Argentina, en los años 2000, que afectó gravemente a los medios de comunicación. Los trabajos escaseaban y si los había, pagaban tarde o mal.
Al “pelearse” con la industria de medios y pensar que el periodismo no era lo suyo, Emiliana incursionó en el mundo gastronómico como sommelier. A sabiendas de que Costa Rica carecía de especialistas como ella, decidió mudarse a la ciudad de San José en búsqueda de un nuevo comienzo. Luego de un tiempo de evitar su viejo oficio se topó con él en las playas de Nosara, ubicadas en la provincia de Guanacaste, con la invitación de John y Susan Johnson, una pareja de filántropos estadounidenses que recién habían comprado La Voz de Nosara.
Ambos le ofrecieron el reto de transformar aquel periódico local en un medio de comunicación en crecimiento. Aquello fue, para Emiliana, el primer paso de una aventura por alcanzar la sostenibilidad. Hoy día, la gerente del Centro Latinoamericano de Investigación Periodística (CLIP) asegura que lo aprendido en lo que hoy conocemos como La Voz de Guanacaste, le ha servido para desempeñar su labor en una asociación que promueve el periodismo de investigación transfronterizo y colaborativo.
En esta entrevista con Colab Medios, que ha sido editada y condensada para mayor claridad, Emiliana nos comparte valiosas lecciones sobre sostenibilidad, modelos de negocio y gestión del talento humano, así como consejos para liderar el cambio en medios de comunicación.
Emiliana, en la década de los 2000 diste un cambio en tu carrera. Decidiste mudarte a otro país y terminaste liderando la transformación de un medio de comunicación. ¿Cómo llegás a este punto y qué te motiva a afrontar ese reto?
Trabajando en Costa Rica como sommelier, coincidí con una persona en las playas de Nosara, en Guanacaste, quien me ofreció un trabajo no relacionado a periodismo. Aquí conocí a John y Susan Johnson, quienes acababan de comprar el periódico local La Voz de Nosara. Ellos sabían que yo había trabajado como periodista y me lo ofrecieron. Era volver a mi primer amor y yo dije: “bueno, dale, total es un boletín informativo de cada dos meses. ¿Qué es lo que puede pasar con este boletín?”
Empezamos a transformarlo. Como yo no me puedo quedar quieta y todo tiene que ser un desafío, decía: “Bueno, ¿y por qué no lo publicamos una vez al mes? ¿y si tenemos una diseñadora? ¿y si lo imprimimos en San José? ¿y si llegamos a Nicoya? ¿y si llegamos a otras comunidades?”
¿Cuáles fueron los cambios más trascendentales que experimentó La Voz de Nosara bajo tu liderazgo?
Nosotros empezamos la transformación en 2007. Durante ese tiempo le comenté a John que no había buen periodismo en la provincia, que era una necesidad, y que si queríamos expandirnos, tener más clientes y vender más publicidad, debíamos cambiar nuestro nombre. Así fue como en 2013 nos convertimos en La Voz de Guanacaste, es decir, un medio dirigido a la provincia. También trasladamos nuestras oficinas a la ciudad de Nicoya.
Otra decisión importante que tomamos en 2015 fue transformarnos en una organización sin fines de lucro. Cuando éramos una empresa apenas nos alcanzaba para pagar los salarios de tres personas. Debíamos revisar el modelo de negocio porque estábamos pagando costos pero no teníamos ganancias. Queríamos expandirnos más y eso implicaba una mayor inversión.
Por otro lado, había empresas en la zona interesadas en invertir en campañas de publicidad, pero nos preguntábamos hasta qué punto podríamos mantener la independencia editorial si de pronto teníamos que investigar el impacto ambiental o laboral, por ejemplo, que tenían estas industrias. Nos dimos cuenta que, al crecer como medio, la independencia editorial podía correr un riesgo.
Al transformarse en una organización sin fines de lucro, ¿qué ventajas tenían en términos de crecimiento?
Se nos abrió la posibilidad de tocar la puerta a otras fundaciones de filantropía para aplicar a becas. Es decir, incursionamos en un modelo de negocio completamente diferente, que más que negocio es un modelo de sostenibilidad. En aquel tiempo aplicamos a fondos pequeños de entre dos mil y diez mil dólares, que luego fueron creciendo. Nos tocó pensar cómo podíamos aplicar a becas sin obligar al equipo a hacer “posiciones de yoga” (ríe) para satisfacer los requisitos de las fundaciones y las necesidades internas del medio.
Ese fue un reto interesante, es decir, cómo proponer, cómo explicar a las fundaciones de filantropía que estaban dispuestas a brindar fondos en Costa Rica y a un periódico regional, que a su vez estaba interesado en cubrir las elecciones municipales, que brindaran plata para poder pagarle al periodista y el editor, y poder ejecutar un proyecto.
Seis años más tarde, todo esto ha cambiado. Las fundaciones — y hasta las embajadas — que dan becas a medios están entendiendo que si encuentran esta “happy coincidence” entre un medio cuya misión está alineada con tu misión, no es impensable financiar sus operaciones. No se contradice ni es negativo. Decir: “Claro, vamos a apoyarles con los salarios porque ellos están reporteando sobre los temas de los que nos interesa que haya información”.
Cuando lo ves en retrospectiva, a nivel personal y profesional, ¿qué aprendiste al liderar la transformación de La Voz de Guanacaste?
Lo primero que aprendí fue que sola no puedo hacer nada. No fui la única que lideró este cambio, lo hice de la mano de un equipo increíble. Otra cosa que aprendí de los Johnson y de las personas que trabajaban en sus fundaciones, es que hay que proteger a la persona e invertir en ella.
Por ejemplo, pensar que mi fotógrafo es persona primero. Si veo que no está cumpliendo con sus asignaciones, que llega tarde o genera excusas, preguntar qué le está pasando a nivel personal. Por otra parte, cuando hacía entrevistas para nuevos puestos de trabajo, elegía a la persona que quizás no tenía todas las herramientas y experiencia profesional, pero que sí tenía muchas ganas de aprender y compromiso. Sabíamos que ese candidato estaría “volando” en un año.
Además, siempre preguntábamos a los miembros del equipo qué querían aprender y, de donde podíamos, sacábamos los recursos para inscribirlos en capacitaciones. Las personas no solamente estaban súper agradecidas, sino que se estaban divirtiendo, haciendo lo que les gustaba. Eso generó lazos de familia y una estabilidad de staff importante. Cuando un medio tiene una rotación de personal constante, la inversión en la curva de aprendizaje es agotadora.
El crecimiento en La Voz de Guanacaste se debió a eso, a que siempre nos vimos como una familia. Eso hace que la gente se ponga la camiseta y cuando llega una tormenta, la enfrentan juntos. También aprendí que debía haber mucha transparencia sobre los fondos y los temas en los que está trabajando el equipo editorial y las estrategias del equipo comercial.
Después de más de una década de trabajar en La Voz de Guanacaste, te uniste al Centro Latinoamericano de Investigación Periodística (CLIP), que también es una asociación…
Sí, ambas son asociaciones sin fines de lucro registradas en Costa Rica. Eso ha sido un gran plus para mí y para el equipo con el que trabajo porque estoy completamente familiarizada con todos los protocolos legales, las actas y asambleas que hay que hacer. Conozco cómo se administran las asociaciones y su contabilidad. Son cosas divertidas que uno tiene que aprender como periodista.
¿Cómo hacés ese cambio de mentalidad? Pasaste de ser una periodista que desarrolla productos noticiosos a pensar en puro número…
Sí, pero también estoy produciendo. Si te ponés a pensar, en La Voz de Guanacaste desarrollé un producto, que fue la expansión de un medio de comunicación. Eso implicó un cambio de nombre, la transformación de un boletín a un producto impreso con diseño gráfico, el lanzamiento de un sitio web, la distribución de contenido en redes sociales y, finalmente, convertirnos en una organización sin fines de lucro.
Cuando salí de La Voz, después de doce años, estábamos analizando si el modelo de reportería y negocio era factible para reproducirse en otras provincias del país. Eso lo frenó la pandemia, pero yo siempre estoy produciendo. No puedo parar, preguntale a mi marido (ríe), estoy todo el tiempo produciendo cosas a mi alrededor. Entonces, por un lado está el deseo innato de querer hacer, de querer producir cosas, y por el otro lado también la necesidad. Hay una necesidad imperativa de generar recursos porque de lo contrario no hay periodismo.
En uno de los cursos que brindaste para Chicas Poderosas, una organización que promueve el liderazgo femenino y de grupos minoritarios, decís que los periodistas deben quitarse la alergia a los números. ¿Creés que esto está cambiando?
Sí. Lo que estamos viendo con las constantes crisis que enfrentan los grandes medios — en las que hay éxodos de periodistas buenos — es que hay una camada de profesionales convirtiéndose en emprendedores. Cuando toman la decisión de continuar siendo periodistas y a la vez ser sus propios jefes, se dan cuenta que deben administrar sus recursos financieros y humanos, así como su tiempo y elegir los temas en los que van a especializarse. Cinco años atrás, a los periodistas les daba un poco de alergia tener que hacer presupuestos y proyecciones. Hoy en día estoy súper contenta porque cada vez somos más los que estamos en esto.
¿Qué le dirías a una periodista mujer que, como vos, está pensando en quedarse en medios pero haciendo algo distinto, como desarrollar proyectos enfocados en sostenibilidad?
Que le dé para adelante porque es súper divertido y creativo. Tenés que animarte a crear y repensar. Le diría que invite a otra gente, que no piense que puede hacer todo sola, que escuche, que haga muchas preguntas e investigue tal como lo hizo con sus reportajes. También le diría que haga estudios de mercado, que hable con su competencia — tenemos que cambiar el chip sobre la competencia también — que se rodee de un buen equipo para así sentirse cómoda, que confíe en sus instintos y se llene de paciencia, que le ponga mucho amor y que le dé para adelante.
¿Y cómo lidiar con quienes te dicen que no es posible hacer lo que te propusiste?
Bueno, pueden suceder dos cosas: lo primero es que no pueda hacerse ahora. Si la persona que te está dando el no es de tu completa confianza — si es un experto en el tema — lo que te está diciendo es que todavía no es el momento. Pero no descartés la idea, guardala como solías engavetar tus historias pensando que en algún momento podrían funcionar. Lo mismo pasa con los proyectos. Y para el negativo, negativo, tomá lo que te sirve, el resto movelo al costado y seguí.
Ahora, si tu idea no funciona y te diste cuenta rápido, genial porque te llevó poco tiempo y recursos darte cuenta que no funciona. Y si no funciona hay que reflexionar por qué y darle la vuelta. Puede ser que no sea por ese costado, pero igual se puede hacer. No hay que bajar los brazos muy rápido, pero si la cosa no fluye, no hay vuelta que darle y seguís invirtiendo plata, tiempo y te quita el sueño… si no avanza, bueno, soltá.